Aprovechando que estos días me estoy leyendo a Miguel Delibes en La naturaleza en peligro, he decidido contar aquí uno de los muchos sucesos que plasma el libro que me llamó bastante la atención.
En la última década del siglo XIX, un farero aficionado a los pájaros llamado Lyall fue destinado a Stephens, una pequeña isla en Nueva Zelanda. Se llevó consigo a su gato, para tener compañía en aquella solitaria isla.
Como gato que era, el felino le traía bichos y pájaros que encontraba en aquel prístino lugar a su dueño. Este se fijó en que el gato comenzó a llevarle unas aves pequeñas, rechonchas, con alas muy cortas. Pensó que no podría volar con ellas, seguramente sería un ave que haría su vida sobre el suelo. Tras examinarla, reconoció que nunca había visto ese pájaro, y decidió mandarlo a ornitólogos expertos en Inglaterra. Para la sorpresa del farero, se publicó en una revista científica su hallazgo, bautizando a la nueva especie como Xenicus lyalli, en su honor.
El señor Lyall debería de estar entusiasmado, así que se dedicó a conservar todos los pajarillos de la nueva especie que le traía su gato. Todos estos especímenes fueron enviados a Inglaterra. Pero un día, el farero dejó de ver Xenicus lyalli en las fauces de su gato. Ya nunca volvió a verlos más. Abandonó la isla y desde aquel día, no volvió a ver a ninguno de esos rechonchos pajarillos. Muchos ornitólogos fueron después a la isla en su busca, pero fracasaron en el intento.
Es increíble cómo sólo hizo falta un gato para acabar con toda una especie. Sólo un individuo depredador arrasó con una especie entera de aves. Es, sin duda, el caso más llamativo de las consecuencias que puede acarrear la introducción de una especie en un ecosistema que no es el suyo. Quién sabe, quizás si aquel farero no hubiera ido a parar a aquella isla con su gato, la especie no se conocería y nos sería completamente desconocida, pero por lo menos no se habría extinguido tan pronto...
Estudios posteriores revelaron que aquella especie de pájaro endémico ocupó las grandes Islas Norte y Sur de Nueva Zelanda, en donde era bastante común. Pero la introducción de especies como las ratas las hizo desplazarse hacia pequeñas islas, donde no pudieran ser devoradas. Se establecieron así poblaciones dispersas en la isla, que fueron menguando hasta que, con mala suerte, se vieron cara a cara con la parca gatuna, la cual acabó por extinguirlas.
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