martes, 21 de junio de 2016

El año sin verano

¿Un verano con bajas temperaturas, heladas e incluso nieve? Parece difícil de creer -y más para aquellos que, al igual que yo, sufrimos los temidos 45ºC en verano-, pero esto ocurrió de verdad.

En el año 1816, sucedió un fenómeno que llevó a gran parte de Europa a sumirse en el temido año sin verano. Varios meses atrás, en el año 1815, se produjo la erupción del volcán Tambora, situado en una de las islas de Indonesia. ¿Pero por qué afectó esta erupción volcánica a las latitudes medias en las que se encuentra Europa?
En las latitudes bajas -en las que hallamos a Indonesia-, la troposfera no está bien definida. Los gases y aerosoles que son emitidos durante una erupción volcánica suben hasta la estratosfera fácilmente. Una vez allí, los aerosoles reflejan la radiación solar incidente, provocando un drástico descenso de temperaturas a nivel de la troposfera en el lugar en el que se encuentra el volcán. Este efecto dura unas semanas, pero debemos tener en cuenta la magnitud de la erupción del Tambora para comprender las inusuales consecuencias que desencadenó.
Fue una de las mayores erupciones volcánicas de la historia reciente, por lo que las emisiones de aerosoles fueron descomunales. Toda esa cantidad de aerosoles se mezcló en la atmósfera por acción de corrientes de aire, llegando de esta forma a las latitudes donde se sitúa Europa. Un año después del fenómeno natural, se comenzaron a ver sus estragos en el viejo continente. Heladas que destrozaron cosechas, precipitaciones en forma de nieve en pleno mes de julio, ríos congelados...

Sin embargo, eso no es todo. Lo más insólito de este hecho es que las grandes cantidades de ceniza y partículas en la atmósfera producían unos ocasos realmente espectaculares. Todo el cielo se teñía de un naranja muy vivo en las últimas horas de la tarde. Y este curioso fenómeno se trasladó al mundo del arte europeo. No es difícil ver cómo muchas de las obras de esta época tenían en sus fondos ese curioso atardecer tan anaranjado.

Es estremecedor el poder que tiene un único volcán de alterar el clima tan radicalmente y a la vez, de dejarnos unas puestas de sol tan extraordinarias.